¿Tú eres japonesa? Así comenzó  esta historia

Por  Josefina Fernández

Después de una semana marcada por el profundo dolor que nos dejó la tragedia ocurrida en el Jet Set, donde más de 200 vidas se apagaron de forma inesperada, ayer comenzamos la Semana Santa con el alma herida, pero con la fe intacta. Fe en Dios, fe en nosotros como nación. Hoy más que nunca necesitamos creer que, como el ave fénix, seremos capaces de emerger de nuestras propias cenizas y renacer con más fuerza, con más unidad y con más esperanza.

Entre tantas cosas tristes, algo hermoso surgió,  descubrimos  que somos un pueblo solidario, que el dolor compartido también une, que no estamos solos. Y en medio de esta tristeza colectiva, hoy quiero pedir al Señor que nos regale la fuerza, la paciencia y la resiliencia que tanto admiro en las culturas asiáticas, especialmente en la japonesa. Que podamos mirar este momento con los ojos del alma, con serenidad, con dignidad, y con la fe de que todo pasará.

Y mientras la tristeza me envuelve, dejo que mi mente se refugie en recuerdos agradables, como una forma de resistir. Uno de esos momentos me conecta con una anécdota curiosa y entrañable.  Durante un encuentro diplomático con una delegación de concejales de Puerto Rico, en el marco del hermanamiento entre Santo Domingo Este y San Juan, uno de los ediles de apellido Acevedo, me preguntó con simpatía si yo tenía sangre japonesa. Me reí, y le respondí que no. Pero aproveché para hablarle de esa cultura que tanto respeto me inspira.

Le conté que la cultura japonesa se basa en el respeto, la tradición y la armonía. Que su saludo no es efusivo, sino reverente; que el silencio, allá, también comunica. Que la ceremonia del té, los jardines zen y la caligrafía son una celebración de lo simple, lo espiritual y lo eterno. En cambio, nosotros los dominicanos somos pura alegría, ritmo y abrazo. Donde ellos encuentran equilibrio, nosotros explotamos en emoción. Pero, al final, ambos pueblos compartimos algo sagrado: el respeto a los mayores y la pasión por aprender.

Al final de aquella conversación, el concejal me mostró un video en Facebook del embajador japonés bailando merengue conmigo y, con una carcajada, me dijo: “Aquí veo un japonés tan  alegre como la dominicana que se mueve junto a él”. Y pensé: quizá ahí está el secreto… en unir lo mejor de nuestras culturas, en compartir alegría, aun en los momentos más duros.

Hoy, que iniciamos esta Semana Santa con el corazón en silencio, me aferro a ese recuerdo como una oración alegre. Que la fe nos guíe, que el amor nos una, y que el alma de este pueblo no deje de bailar… ni siquiera cuando llora.

 La autora es abogada, analista de relaciones internacionales, con estudios en cooperación internacional

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