Peña Gómez, el padre de las relaciones internacionales

Por Josefina Fernández

A pesar de mi corta edad, recuerdo el día en que murió Peña Gómez. En mi inocencia, no entendía por qué mi madre lloraba la muerte de un hombre que solo había visto por televisión y que nunca había mencionado en casa. De hecho, ella misma había dicho que dos años antes había votado por otro candidato presidencial.

Al día siguiente, mientras veíamos por televisión el funeral, transmitieron un documental sobre Peña Gómez, en el que se le veía perdonando a quienes lo injuriaban. Su rostro reflejaba una bondad infinita y una sinceridad digna de su grandeza. Ese día, mi madre me dijo: «Nunca pierdas una amistad por diferencias políticas. Los líderes tienen luces y sombras; no hay político perfecto. Pero todos tienen en común que, aunque vean la política como un negocio, desean que el país mejore. Sin embargo, en el caso de Peña Gómez, su única ambición fue servir al país, y no lo dejamos». Desde ese instante supe que mi vida estaba destinada a no pelear por política y a ver el lado bueno de cada uno.

A medida que fui creciendo, descubrí los aportes de Peña Gómez para que este país estuviera en el mapa mundial. Su liderazgo internacional como vicepresidente de la Internacional Socialista atrajo la atención de los principales líderes de países como España, Francia, Italia, Suecia, Países Bajos y Portugal, entre otros. Además, las principales figuras políticas de Latinoamérica en los años 70, 80 y 90 se rendían ante el carisma de Peña Gómez.

Gracias a sus relaciones internacionales, países como Venezuela y líderes norteamericanos como Jimmy Carter lograron que en 1978 se respetara la voluntad popular del pueblo dominicano.

Aunque conocía parte de los aportes de Peña Gómez a través de mis estudios, fue en Miami, Florida, donde comprendí verdaderamente su grandeza. Una noche, mientras revisaba mi celular en el lobby del hotel, se me acercaron un piloto holandés y un exdiplomático francés de avanzada edad, quienes, en un precario español, intentaron conversar conmigo. Al saber que era dominicana, se alegraron mucho. Resultó que el piloto era hijo de un renombrado político de los Países Bajos que había entablado amistad con Peña Gómez durante una estadía del líder dominicano en Ámsterdam.

Por su parte, el exdiplomático francés narró que, siendo un jovencito, conoció a Peña Gómez en una recepción de la embajada de Francia en España. Contó que la personalidad de ese líder negro lo cautivó y que, siendo apenas tercer secretario de la misión diplomática, se acercó tímidamente a saludarlo en español. Para su sorpresa, el líder dominicano le respondió en un francés perfecto. Luego lo vio conversando fluidamente en inglés con un diplomático londinense.

El mismo exdiplomático relató que Peña Gómez, en esa reunión, logró atraer inversionistas hoteleros a la República Dominicana y que, gracias a su carisma, el país se proyectó a tal nivel que, años más tarde, franceses e italianos convirtieron a la República Dominicana en su principal destino turístico del Caribe.

Al final de la conversación, el joven piloto me hizo una pregunta inesperada:

«¿Sabe usted por qué el joven presidente que le ganó a Peña Gómez en 1996 viajaba tanto y se empeñaba en dar a conocer la República Dominicana?»

No supe qué responder, y él mismo contestó:

«Porque, en el fondo, ese presidente quería ser como Peña Gómez: conocido en los grandes países del mundo.»

Hoy, 6 de marzo, al conmemorarse un año más del natalicio de ese gran líder, recuerdo cada una de estas anécdotas con la certeza de que Peña Gómez es el padre de las relaciones internacionales dominicanas.

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