Por P. Manuel Antonio Garcoa Salcedo
Arquidiócesis de Santo Domingo
Concluimos nuestra entrega de tres partes comentando la obra de Jean Pierre Prevost Para Leer El Apocalipsis de Editorial Verbo Divino. Es una motivación para vivir el tiempo de Preparación a la Navidad o Adviento para llenarnos de esperanza, para creer que Cristo es el sol deslumbrador que da sentido a nuestras vidas, de que nuestra hambre de infinito será saciada un día y habrá una Nueva Creación. Será la llegada de un mundo nuevo, creer en el más allá del fin de todo esto. Un mundo nuevo que saldrá de las manos de Dios.
El mismo Dios que creó el universo será quien nos dará un cielo y una tierra completamente nuevos. Desde ahora nuestras grandes preocupaciones y el sentido de toda la historia humana encontrarán resolución por la resurrección de Cristo, el hijo de María siempre Virgen, que nació en Belén, murió en la Cruz y un día vendrá con todos sus Santos, sus Ángeles y sus Elegidos, entre ellos confiamos en encontrar a nuestros seres queridos ya fallecidos, y estaremos para siempre juntos con ÉL: Luego vi un cielo y una tierra nuevos. Habían desaparecido el primer cielo y la primera tierra, y el mar ya no existía, y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo vieron viejo se ha desvanecido. Este es el sentido de las visiones de San Juan, el Vidente. Una de las páginas más bellas de toda la Biblia, la Sagrada Escritura.
Dios al final de nuestros días promete liberación de todo sufrimiento, la extinción total de la muerte y la supresión de toda maldición con el próximo retorno de Cristo. Nuestro diálogo como Iglesia con el Cristo Juez y Señor de la historia es representado en este texto sagrado en la mediación de todos los seres celestiales, Ángeles o Mensajeros (los Obispos de la Iglesia) que traen la noticia de la esperanza en la vida eterna y para ello, tenemos que arrepentirnos y abandonar nuestras malas obras, pensamientos que nos aturden y se convierten en incontrolables propiciadores de la venganza por el mal que hicieron otros. Hay que olvidarse de todo eso. Hay que dar gracias porque Dios ha hecho su morada entre nosotros los hombres, quiere vivir junto a nosotros, quiere que seamos su pueblo y Él, nuestro Dios. Hablamos de una Nueva Alianza, de un encuentro totalmente nuevo, vivir como la novia llamada a las Bodas del Cordero, la Eucaristía que se celebra en la Ciudad Santa que está en el Monte grande y Alto, enviada por Dios, de dónde brota un río de agua viva, agua transparente, fresca, cálida, resplandeciente como el cristal. El agua de nuestro bautismo, agua que brota junto con la sangre del Costado de Cristo, el Cordero Inmolado que está de pie porque es el servidor humilde y sencillo que quiere sentarnos a su Mesa para partir para nosotros el Pan. En esa ciudad están reunidas las 12 tribus, los 12 apóstoles del Señor, ese templo que se encuentra rodeado de un jardín con frutos y hojas medicinales que se renuevan constantemente. Allí se encuentra el Árbol de la Vida que está bañado por ese río. Cada mes hay cosecha. Las hojas de ese árbol son medicinales para todos los pueblos.
Este lenguaje en imágenes tan propias del oriente medio antiguo, con tanto sabor bíblico, pretenden que aspiremos con nuestras buenas obras y la fe en el único Dios vivo y verdadero de su hijo, Nuestro Señor Jesucristo, que seamos mejores seres humanos. Personas con calidad humana, cuyo proyecto de vida es desarrollar las mejores virtudes. Por eso resuena en el libro del Apocalipsis, a todo lo largo, severas advertencias acerca de lo que se llama en el lenguaje eclesial la excomunión o abandonar la gracia de Dios, no poder disfrutar de la belleza, estar sumidos en la mentira y ser cómplices del malvado, de lo mal hecho.
El último libro de la Biblia nos invita a buscar la verdadera libertad que solamente es posible con la responsabilidad del ser humano qué hace la opción de construir la Nueva Jerusalén (ciudad de paz, lugar de salvación y de exigencias con nuestros deberes y derechos).
Trabajar por una humanidad nueva donde no haya violencia, ni guerras, ni radique el hambre, donde la enfermedad y las pandemias desaparezcan por la colaboración de todos, y nos preparemos para la muerte, la cita que ninguno podemos eludir, a la cual todos estamos convocados. No somos eternos, no somos todopoderosos, no somos dueños ni siquiera de nuestra respiración o de nuestras funciones vitales, pero si somos administradores, tal como indica el libro del Apocalipsis.
Hemos de cuidar las piedras preciosas o valores familiares, sociales y universales, abrir las puertas a todos los hombres de buena voluntad, proteger con murallas la ciudad de Dios, tan diferente a la ciudad este mundo de confusión, de confrontaciones y de pugilatos, lo que bíblicamente se llama la Babilonia.
Los Reyes de la tierra están llamados a ser servidores de aquellos a quienes gobiernan. De no ser así, les tocará el lugar de la oscuridad: al que mucho se le dio, se le exigirá mucho más. La Nueva Jerusalén no será ya el paraíso, el jardín de los orígenes, no hará falta luz de lámpara ni la luz del Sol para que haya vida, porque será el mismo Señor Dios quién alumbrará a los habitantes de la Nueva Jerusalén.
Todas estas imágenes literarias de creación, de pueblo de Israel, de la ciudad de Jerusalén y del Templo Santo de Dios nos lleva a una nueva génesis, a la nueva creación: He aquí que hago nuevas todas las cosas dice Apocalipsis 21,5. Lo dijo el que está centrado en el trono. Ya no habrá serpiente o demonio, no habrá trampas. El corazón estará libre de la esclavitud y las cadenas de Egipto, de la dominación Asiria, de la destrucción y el exilio provocados por Babilonia, de la imposición ideológica y conquistadora de los helénicos.
En Cristo Jesús será la reunión de las 12 tribus de Israel. Será una Nueva Alianza en un Nuevo Templo donde asistiremos definitivamente a las Bodas eternas de Dios con su pueblo, con su Iglesia. Se cumplirá en plenitud la profecía de Oseas, los desposorios, el matrimonio De Dios con su pueblo: el Espíritu y la Novia dicen Ven Señor Jesús.
Todo esto se vivió de manera primordial en las Bodas de Caná de Galilea cuando la Virgen María que pide a Jesús, su único hijo, vino para los nuevos esposos, para toda la familia, la Eucaristía a la que asistimos. Podemos anticipar, saborear y vivir este encuentro.
El Apocalipsis de San Juan, lejos de llevarnos a una última palabra fatalista, lo que hace es llevarnos a un nuevo comienzo, reanudar cada mañana el encuentro con el Señor de la historia, con su Alfa y Omega, con el principio y el final de la existencia humana, con el Amén de la existencia cristiana, con la gracia plena de Jesucristo, el Viviente que quiere estar con todos nosotros aquí y ahora.
¡Dominicanos, no perdamos la esperanza!
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