Por Roberto Veras.-
Una de las cuestiones que más han preocupado al género humano es la de la justicia divina, y el porqué de las desigualdades en la vida.
¿Cómo es posible, y bajo qué punto de vista de igualdad y justicia, que algunas personas gocen de todo aquello que es bueno en la vida mientras que otras carecen de lo más necesario?
¿Cómo es posible que para algunas personas todo sea felicidad mientras que para otro solo existe el sufrimiento?
¿Por qué hay quien vive una vida larga, independientemente de que esta sea fructífera o no, mientras que hay niños que solo viven unos pocos minutos o unas pocas horas?
Estas y muchas otras son las preguntas que, a menudo, nos hacemos cuando queremos desentrañar el misterio de la vida, martillean nuestra mente para encontrar una explicación que satisfaga nuestro deseo natural de saber.
A lo largo de la historia de la humanidad, y muy especialmente entre las religiones occidentales, se han desarrollado una serie de teorías que tratan de explicar el tema de la justicia divina, y el porqué de las desigualdades entre los seres humanos.
Repasemos algunas de esa teorías para ver si nos pueden aportar luz, o solamente son un intento humano de explicar una realidad cósmica que, lejos de explicar, lo que hacen es confundir y dar la sensación de que el Cosmos no está hecho de una manera equilibrada, y armoniosa, y que su Creador es un Ser caprichoso e injusto.
La primera teoría, muy extendida entre las religiones de origen semítico, como el cristianismo, nos dice que «Dios es el que decide, por su propia voluntad, nuestra felicidad o nuestro dolor, a lo largo de nuestra vida, y las circunstancias en las que vivimos»
Esta teoría, o dogma, nos presenta a un dios caprichoso que da a los hombres según le place. Esta teoría ha dado como resultado muchas prácticas supersticiosas que tratan de aplacar las iras y caprichos de ese dios. Entre estas prácticas están los sacrificios, más o menos incruentos que sirven, según quienes los hacen, para agradar al Creador.
Es muy curioso constatar que, entre los seguidores de este dogma, existe la creencia de que se puede negociar con Dios sus favores, e incluso que se le puede chantajear. Por ejemplo: cuando una persona que necesita ayuda, o algo, dice: «Dios mío, si me concedes tal o cual cosa haré esto o aquello». Este cambalache ridículo diría poco en favor del poder y de la misericordia de Dios.
Otra teoría, que en cierto modo tiene puntos de conexión con la anterior, dice que hay una lucha constante entre los poderes del bien – Dios – y los del mal – Su antagonista, llámese Satanás, Arrimanes, Set, Plutón, o como lo hayan denominado diferentes civilizaciones – y en este dogma se nos indica, presentando a un Dios débil que debe enfrentarse a una potencia equivalente a la suya, que el mal, encarnado por cualquiera de los anteriores personajes, puede causarnos dolor y desgracia sumergiéndonos en el mundo de las tinieblas.
Lo mismo que en el dogma anterior, pensar en algo que pueda enfrentarse al poder de Dios que es todo bondad, justicia, equidad, amor, etc. es tan ridículo que no merece la pena ser considerado por un auténtico pensador.
Hay otro tipo de teorías, sobre todo de carácter científico, que nos dicen que el origen y causa de nuestra felicidad y nuestro infortunio es la herencia genética y fruto, en muchos casos, de la casualidad.
Si observamos el equilibrio y armonía creadora del Universo, en el que todo está relacionado y todo obedece a leyes y causas determinadas, no podemos admitir que el resultado de nuestra vida sea fruto de la casualidad, o la improvisación cósmica.
Al observar la vida, y sus efectos sobre nosotros, no podemos contemplar al Ser Humano como un cuerpo solamente que se manifiesta porque sí. El Ser Humano es un ser consciente, que piensa y que actúa movido por sus pensamientos, por sus emociones, y por impulsos más sutiles de índole espiritual.