Por Ramón Peralta
En el afán irreprimible de llamar la atención, David Ortiz ha ofendido en repetidas ocasiones al equipo del Licey, y, sobre todo, a esa multitud de fanáticos que, como un río caudaloso, representan la vasta mayoría del glorioso pueblo dominicano. El Big Papi, quien se encumbró como uno de los más grandes bateadores designados de la historia de las Grandes Ligas, se embarcó en un viaje que lo condujo a subirse a la ola del Escogido, ese poderoso club que, con su defensa implacable, sus lanzadores certeros y, sobre todo, el bateo más explosivo de la liga dominicana acabó con el Licey en todas las estadísticas del Round Robin. Para la gran mayoría de los expertos, el equipo rojo es el favorito indiscutible para conquistar la final. Aprovechando la fama que le confiere ser, en nombres, el mejor equipo de la liga, y tras perder el primer juego, Ortiz se hizo presente en el estadio y, con el triunfo en el segundo juego, no dudó en atribuirse todo el mérito por la victoria de los escarlatas.
En su ansia por eclipsar la figura del dirigente del Escogido, Albert Pujols, Ortiz, como quien se cuelga una medalla ajena, se atribuyó el éxito, sugiriendo que su vasta experiencia y “buena vibra” fueron las fuerzas que guiaron al equipo hacia la victoria sobre el Licey. Más tarde, en las redes sociales, se le vio como un personaje desbordado de poder, insinuando que el capitán azul, Emilio Bonifacio, sentía la presión que emanaba de él. Un hombre ya retirado del béisbol, que, como el actor de una obra que ya no tiene escena, busca a toda costa ser el centro de atención, aun cuando ya no forma parte del espectáculo.
En otro de sus comentarios, Ortiz se permitió insultar al capitán azul, Bonifacio, por no haber formado parte de la serie de Titanes, esos juegos de exhibición entre las Águilas y el Licey que, para quien conozca de béisbol, no tienen más trascendencia que la de entretener. Pero en la mente de Ortiz, esta serie final fue el escenario perfecto para desatar un resentimiento personal que, bajo la máscara de una crítica, convirtió al Licey en el enemigo. Como si ese equipo, con sus 5 letras tan pesadas como una tradición de lucha y gloria, fuera una entidad maligna que amenazara la paz de la República Dominicana.
El irrespeto innecesario a César, el lanzador azul que lleva con dignidad la 5 gloriosa letras al igual que el Licey , es solo un síntoma más de un problema mucho más profundo. Un problema mental que, como una sombra, sigue acechando a Ortiz, quien parece no haber logrado abandonar su vida de espectáculo. Ojalá algún ser querido se acerque a él y lo convenza de buscar ayuda profesional, de esas que no se ven, pero son más necesarias para su vida que las derrotas del Licey.
Porque, al fin y al cabo, es claro que David Ortiz no ha logrado superar su retiro. Necesita con urgencia un profesional de la salud mental que lo guíe en el tortuoso camino hacia la aceptación de su nueva vida, una vida en la que ya no se esconde tras el bate, sino que debe aprender a vivir sin esa obsesión por ser el centro de todos los reflectores.
Este fin de semana, el Escogido podría coronarse como campeón, y no sería ninguna sorpresa. Es, sin lugar a dudas, el mejor equipo de la liga, y su entrenador, Albert Pujols, ha trazado un plan digno de admiración. Pero que nadie piense que la victoria se debe a la influencia de un pelotero retirado, deseoso de llamar la atención desde las gradas. Aunque el Escogido es el favorito y se espera que se alce con la corona, los dominicanos saben bien que se enfrentan al glorioso equipo del Licey, un equipo que, aunque no cuente con las figuras más rimbombantes para competir con el poderío del Escogido, sigue siendo, con sus 5 letras inmortales, el alma de una fanaticada que grita su pasión con la fuerza de un huracán. Porque, mientras el equipo azul respire, siempre hay posibilidad de que se escuche la consigna deportiva mas famosa del mundo que es ‘’Licey Campeón’’