La mujer azul que encierra la gloria  del Licey

Por Ramón Peralta

Hoy, he descubierto algo que nunca imaginé, que ella  fanática del equipo de las cinco letras divinas, el glorioso Licey, tal vez no lo descubrí hoy, tal vez es algo que yo sabía desde antes de conocerla, quizá antes de que ella naciera,  porque ella es como  ese equipo que lleva el azul, ese color que refleja el inmenso mar, ese que es tan alto como el cielo y tan profundo como el océano más hondo. Ese azul que siempre ha sido mi color favorito,  porque  esconde el misterio de la más grandes  de la pasiones humana  que es el amor que disfrazamos de rojo para que no conozcan que es tan profundo como el mar y tan inmenso  como cielo, el que me envuelve con su serenidad y, al mismo tiempo, me cautiva con su misterio.

La mujer azul es ganadora, porque triunfa como en el Licey en los momentos más difíciles y ella en medio de las adversidades puede ganarse los corazones de todos los demás con solo sonreír.

Su nombre  D, es un reflejo de valentía, como la valentía de Daniel enfrentando a los leones en la Biblia. Pero lo que realmente me impresiona es que su belleza no tiene comparación. Ella, en su esencia, es una mujer que guarda una fuerza tranquila, un poder oculto tras la calma de su mirada.

Hoy entendí en ella el poder del azul, un color que representa tanto la serenidad como el peligro. El azul de D no es simplemente calma; es una calma tan peligrosa como la del ojo de un huracán. Porque, a diferencia de la tormenta que sigue a la calma, su quietud guarda un misterio, un poder capaz de atrapar al más fuerte de los hombres. Y ese hombre, cautivado por el hechizo de su sonrisa, jamás podrá escapar.

El azul de D, el color que fluye como el océano en su ser, refleja confianza, seguridad y una promesa que nunca se desvanece. Es la certeza de que nadie que haya tocado sus labios podría desear otra boca, porque en esos labios reside todo lo que un hombre podría necesitar. Su azul, claro como el cielo, refleja la luz de una mente brillante, capaz de inspirar incluso al hombre más monótono a la creatividad divina y a la admiración eterna.

Pero también, ese azul tiene su frialdad. El distanciamiento de la mujer que, al no encontrar el amor verdadero, mantiene a raya a todos aquellos que intentan tocar su alma sin la sinceridad que exige. La prueba sagrada que solo el corazón genuino puede superar.

Lo que más me asombra de Des que ese azul en ella no es solo un color, es una declaración de libertad. La mujer libre, como ella, es quien encierra el corazón de un hombre sin necesidad de cadenas, porque su amor se convierte en la cárcel donde el prisionero se queda para siempre. La mujer azul, la mujer libre, no necesita ser conquistada; es ella quien se convierte en dueña del destino de aquellos que, al estar en su presencia, encuentran la única prisión que desearían habitar: el amor.

Mi querida D, no te amo ni te deseo. Porque amarte sería la cualidad de un hombre valiente, de un hombre que se enfrenta al mundo sin miedo a vivir. Y yo, por ahora, solo quiero ser testigo de la fuerza tranquila que emanas, de la magnitud del azul que pintas en el cielo de mis pensamientos.

Con la admiración de quien nada en el turbulento mar sin temor, de aquel que no le teme a nada, ni al peligro más feroz ni al misterio insondable de la muerte, pero que tiembla al escuchar tu voz, y cuyos nervios lo traicionan cuando, al ver un video de ti bailando siente cómo el universo se detiene en un suspiro.

No tengo valor para amarte, porque tu carisma es un reflejo del poder de esa tierra fértil de San Juan, pueblo de mujeres que no pueden olvidarse, ciudad de mujeres nacidas para ser amadas y veneradas, cuya pasión por la vida motiva a que el hombre más apagado y frío  a no resistir la tentación de encender, con la mano de un masajista experto, cada milímetro de piel; o de tocar, con los dedos de un pianista, en la parte secreta de tu anatomía, una melodía romántica, o cantar en la entrada de su puerta divina  la más bella de las canciones de amor que  encienda el alma hasta llevarla al paraíso.

Un hombre que, de la única enfermedad que desearía morir, es de amor, pero al mismo tiempo ese amor es que le da a él ese inmenso deseo de vivir.

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