La figura del candidato o el logo del partido, ¿a cuál priorizar?

Por José Núñez.                            

                

Es muy normal siendo anormal, que cuando los hombres ostentan el poder político de una nación, muchos se creen por encima de las organizaciones que les sirvieron de plataforma para alcanzar el objetivo de gobernar, lo cual se da con mayor arraigo en los países subdesarrollados al no existir generalmente en los mismos, instituciones sólidas.

Al creerse por encima del partido político en el cual  sustentaron sus aspiraciones, algunos presidentes, líderes y primeros ministros, se engrandecen tanto, que hasta por encima de las mismísimas instituciones del Estado pueden llegar a pensárselo.

Obviamente, eso solamente está en sus cabezas y en las de los lisonjeros coyunturales, los cuales se los hacen creer y recordar a cada momento, eso sí, hasta que no les llegue la desgracia al que está encumbrado. Esos adulones son los primeros que se lanzan del barco que comienza a hacer agua.

En este contexto, es que usted ve, observa, que muchos gobernantes y sus adláteres se sienten muy satisfechos cuando ellos aparecen por encima, en cuanto a popularidad, de las instituciones o partidos políticos, hasta lo promueven, pero esa si es una verdadera «vanidad de vanidades».

Es que las instituciones van a estar ahí por los siglos de los siglos, o por lo menos por muchos años, mientras que el poder coyuntural que ostentan los hombres, por extenso que pueda ser, después de dos o tres décadas, que son los muy pocos también que llegan a esos años, es que casi nunca es sustentable, aunque aspiren y ejecuten las vilezas en todos los órdenes y contra el que o los que se les opongan a que ellos continúen usufructuando las cosas públicas.

En este sentido, por eso es que es muy importante y más inteligente aún, apostar a la institucionalidad frente al culto o endiosamiento de los hombres; líderes y dirigentes que siempre van de paso, son de las coyunturas, su duración puede inclusive ser más prolongada que las que duran las estaciones del año, pero al fin y al cabo, sus primaveras desaparecen.

El país y las organizaciones sin importar de qué índoles sean, y hasta qué ideologías o credos religiosos predominen en éstas, esos Estados que soportar su diario vivir en la institucionalidad, sus objetivos tienden a alcanzarse, ya sea en el corto, mediano o largo plazo.

También, siempre están más organizadas y mejores preparadas para enfrentar con mayores probabilidades de éxitos cualquier adversidad del nivel que sea, las naciones que gozan de una buena institucionalidad.

Mientras que los países que descuidan esa base o fundamento legal, la institucionalidad, la cual queda abarcada en la ley de las diferentes constituciones, su devenir histórico, siempre serán de incertidumbres en incertidumbres, y cuando se presenten los inevitables conflictos y adversidades, sociales, económicas  o naturales, todo se les complica exponencialmente.

Pero no hay que irse muy lejos para ver estas realidades de hoy, ya que muchos han podido  apreciar, que en el pasado reciente, el de los últimos 42 años se podría decir, los diferentes gobernantes sin distinción, competían, hacían y hacen esfuerzos por lucir más populares que las instituciones y los partidos políticos de los que formaban y forman parte, los cuales son sus verdaderos soportes, en las buenas y en las malas, ya que en las bonanzas pululan los oportunistas y avivatos.

De ahí, que cuando los partidos políticos entran en choques de intereses y surgen ya sea por los conflictos internos complejos o por sus recurrentes divisiones, las crisis, la mayoría se refugia en el nombre de la institución, de sus siglas, de su logo, de su historia y de las de sus hombres mártires, sí señor, de todos aquellos que en las mieles del Poder, solo eran recordados en sus aniversarios y ocasionalmente.

Incluso, en esa carrera dislocada del culto a los líderes y principalmente a los gobernantes de turno, también a sus aspirantes presidenciales y a los cargos principales, los destacan más que a los símbolos partidarios (ahí podría haber una de las causas de donde nace ese error).

Hoy, usted puede observar, que a duras penas, en una de las esquinas inferiores de las vallas y afiches promocionales, se pueden distinguir las siglas y los logos; las figuras de los gobernantes y de los aspirantes a los cargos principales las superan en la enésima potencia, reflejando así el debilitamiento institucional en pro del personal. 

Si no fuera porque los aspirantes presidenciales y demás cargos electivos tienen que utilizar el color que lo representa por obligación, usted no sabría a ciencia cierta cuál es su organización política, porque sus símbolos hay que buscarlos en los afiches, las vallas y los demás medios publicitarios, literalmente hablando, con una lupa.

Pero no importa que en un momento dado se crean amos y señores de su población, como las cosas se mueven para bien y para mal, en la desgracia, las divisiones, tienen que recurrir al origen, a la institucionalidad del partido representada en sus siglas y el logo, y eso se da casi siempre, más temprano que tarde.

Por lo tanto, el nombre, las siglas y el logo de los partidos son los que tendrán que ser perennes, independientemente de que por un asunto de la modernidad y por estar actualizados, en las organizaciones políticas se les haga una que otras modificaciones.

Los hombres son pasajeros en las instituciones, incluso hasta sus líderes, de los cuales quedará el fundamento, sus ideas y pensamientos, y en los casos más reducidos, las causas por las que lucharon, sus legados.

En definitiva, debemos apostar siempre por priorizar la institucionalidad frente al culto personal, sin importar que el mismo sea un aspirante a uno que otro cargo electivo.

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