Por Roberto Veras.
Una persona agradecida siempre está contenta. No son exigentes y aprecian cada cosa que les das por pequeña que sea. El mal agradecido es como un cáncer, que corroe poco a poco hasta terminar con la vida. Una lengua quejumbrosa revela un corazón desagradecido porque siempre olvida lo que no agradece.
La gratitud es una de las cualidades que se espera que tengamos y que debamos tener, pero en muchos casos falta. Hay algunas personas para quienes nada ayudará, no importa lo que hagas por ellos, no son felices, y no lo verán como un favor o algo bueno.
A veces es mejor seguir adelante que aferrarse a una persona que no te entiende. Algunas veces tu ausencia enseñará lo que tu presencia no puede. Es triste lo rápido que las personas pueden olvidarse de ti hasta que quieren algo de ti. La gente nunca recuerda las millones de veces que los ayudas, solo la única vez que no los ayudas.
A veces ser amable no siempre es lo mejor. Cuando te das cuenta de que constantemente estás tratando a una persona mucho mejor de lo que te tratan a ti, ya es hora de hacer un cambio. Puede ser la persona más amable, haga todo lo posible para complacer a todos, pero al final del día, todos sus esfuerzos seguirán sin ser apreciados.
La vida está llena de ironías. Las personas que te lastiman, te odian, te desprecian, buscan fallas en ti, ahora son las que pueden necesitarte más adelante. No le des todo a una persona que no te está dando nada. Así es la vida.
Las personas más miserables son aquellas que solo se preocupan por sí mismas. A veces solo necesitamos deshacernos de las personas tóxicas en nuestras vidas, incluso de nuestra propia familia que no saben cómo apreciar las cosas buenas que les hemos hecho.
Las personas desagradecidas se quejan de lo único que no has hecho por ellos en lugar de estar agradecidos por las mil cosas que has hecho por ellos. A medida que creces y eres más sabio, te das cuenta de que cuando las personas reciben algo sin tener que ganárselo, se vuelven desagradecidas y perezosas. Sin saberlo, los convertimos en parásitos.
Cuando siempre estás ahí para las personas, dejan de apreciarte porque tus favores se convierten en una expectativa. No te apreciarán por tus esfuerzos porque esperan que sea normal que ayudes. Si no te aprecian, no te merecen. La gente no aprecia las cosas que haces por ellos, hasta que dejas de hacerlo.